SAME (parte #1)
marzo 02, 2017
Aprendí a verte de tantas formas distintas y es que tenías algo tan particular que me cautivó desde la primera mirada, desde el primer día o desde la primera noche, pues esto ha sido tan magnifico que han parecido de esos sueños, los sueños de los que nunca quieres despertar.
Si pudiera decirte que es la mejor parte de mi día, elegiría, sin pensar por mucho las veces que miro fijamente por las ventana, observo el cielo, cielo tan azul como los mares y otras veces tan triste como el invierno, invierno que me recuerda al primer día que te vi, vi tu forma tan peculiar de caminar por aquel parque a pesar del frío y la nieve, nieve que reflejaban tus hermosos ojos, ojos tristes como el invierno, tan oscuros que me quitaron el sueño y desarrolle insomnio, insomnio que me recordaba a ti y tu precioso cabello tan oscuro como el ébano, si mal no recuerdo fue bajo un gran ébano que cruzamos miradas y cruzamos silencios, silencios de los que cautivan, no de los que matan, de esos silencios que quieres que terminen pero que sean eternos, de esos hablo, como cuando te hable por primera vez en aquella banca, banca cubierta por la nieve del crudo invierno, recuerdo tus primeras palabras, y aún creo estar escuchándote.
Jamás podría olvidarme de ti, y jamás podré olvidar aquella fuente de primera, donde nos sentamos a platicar por horas hasta que comenzó a llover y sacaste aquel paraguas color azul, azul petróleo que me recordaba precisamente a aquella fuente, y que después de abrirlo nos fuimos caminando, caminando por la tierra mojada que dejaba apreciar ese enervante olor tan peculiar que tiene cuando se combina con el agua, agua que seguía cayendo y no paraba y con el paso del tiempo se hacía más fuerte, cruzamos por aquel parque dejando atrás aquella fuente azul petróleo que en el centro tenía un gran pez, dejando atrás aquel camino de tierra mojada que nos acompañó un largo rato, y dejando atrás una posible noche de luna llena, pero íbamos caminando bajo el mismo paraguas mientras un vendaval comenzaba a doblarlo hasta que las varillas del paraguas se abrieron y tuvimos que deshacernos de él, recuerdo que lo enrollaste tan fuerte que crujieron la pocas buenas varillas, y me tiraste de la mano izquierda para que siguiera tu paso hacía aquel puente, puente que no sólo vio caer el paraguas, sino que vio caer una lagrima de aquellos ojos tan oscuros, y me preguntaba que debía de hacer. Bajamos aquel puente con gran cautela, y seguimos nuestro camino, camino de flores que tenían el capullo cerrado, cerrado como el puño de tu mano, mano que quería volver a tomar, tomar como en el momento que estábamos en mi casa, tomar aquella botella de tequila nueva, tomar hasta tener que recurrir al café sin leche por la mañana, mañana que desperté junto a ti, desperté y ahí estabas, dormido, tan cerca de mí, y lo único que hice fue admirarte mientras dormías. Cuando volví a la cama a tu lado olía a vodka, aquel vodka que estaba en mi mesa de noche, y me miraste, mirada que pedía otra noche y más alcohol, no tenía problemas por ambos, no tenía problemas en ir a comprar más vodka o tequila, no tenía problema alguno por volver a tener sexo contigo, o hacer el amor, tenía problema a que no pudiera ser diferente nunca. Pero no se repitió, después de beber un poco, me volviste a mirar, y te levantaste, y con ello pude apreciar tu cabello despeinado, y te metiste a bañar, y por consiguiente me metí contigo.
Desde ese día tú eras libre de llegar a mi habitación, eras libre de acomodarte en mi cama, eras libre de fumar sobre la ventana y utilizar mi mesa de noche para poner tus vasos, vasos que siempre tenían cerveza o vodka porque no te gustaba nada más.
Si pudiera decirte que es la mejor parte de mi día, elegiría, sin pensar por mucho las veces que miro fijamente por las ventana, observo el cielo, cielo tan azul como los mares y otras veces tan triste como el invierno, invierno que me recuerda al primer día que te vi, vi tu forma tan peculiar de caminar por aquel parque a pesar del frío y la nieve, nieve que reflejaban tus hermosos ojos, ojos tristes como el invierno, tan oscuros que me quitaron el sueño y desarrolle insomnio, insomnio que me recordaba a ti y tu precioso cabello tan oscuro como el ébano, si mal no recuerdo fue bajo un gran ébano que cruzamos miradas y cruzamos silencios, silencios de los que cautivan, no de los que matan, de esos silencios que quieres que terminen pero que sean eternos, de esos hablo, como cuando te hable por primera vez en aquella banca, banca cubierta por la nieve del crudo invierno, recuerdo tus primeras palabras, y aún creo estar escuchándote.
Jamás podría olvidarme de ti, y jamás podré olvidar aquella fuente de primera, donde nos sentamos a platicar por horas hasta que comenzó a llover y sacaste aquel paraguas color azul, azul petróleo que me recordaba precisamente a aquella fuente, y que después de abrirlo nos fuimos caminando, caminando por la tierra mojada que dejaba apreciar ese enervante olor tan peculiar que tiene cuando se combina con el agua, agua que seguía cayendo y no paraba y con el paso del tiempo se hacía más fuerte, cruzamos por aquel parque dejando atrás aquella fuente azul petróleo que en el centro tenía un gran pez, dejando atrás aquel camino de tierra mojada que nos acompañó un largo rato, y dejando atrás una posible noche de luna llena, pero íbamos caminando bajo el mismo paraguas mientras un vendaval comenzaba a doblarlo hasta que las varillas del paraguas se abrieron y tuvimos que deshacernos de él, recuerdo que lo enrollaste tan fuerte que crujieron la pocas buenas varillas, y me tiraste de la mano izquierda para que siguiera tu paso hacía aquel puente, puente que no sólo vio caer el paraguas, sino que vio caer una lagrima de aquellos ojos tan oscuros, y me preguntaba que debía de hacer. Bajamos aquel puente con gran cautela, y seguimos nuestro camino, camino de flores que tenían el capullo cerrado, cerrado como el puño de tu mano, mano que quería volver a tomar, tomar como en el momento que estábamos en mi casa, tomar aquella botella de tequila nueva, tomar hasta tener que recurrir al café sin leche por la mañana, mañana que desperté junto a ti, desperté y ahí estabas, dormido, tan cerca de mí, y lo único que hice fue admirarte mientras dormías. Cuando volví a la cama a tu lado olía a vodka, aquel vodka que estaba en mi mesa de noche, y me miraste, mirada que pedía otra noche y más alcohol, no tenía problemas por ambos, no tenía problemas en ir a comprar más vodka o tequila, no tenía problema alguno por volver a tener sexo contigo, o hacer el amor, tenía problema a que no pudiera ser diferente nunca. Pero no se repitió, después de beber un poco, me volviste a mirar, y te levantaste, y con ello pude apreciar tu cabello despeinado, y te metiste a bañar, y por consiguiente me metí contigo.
Desde ese día tú eras libre de llegar a mi habitación, eras libre de acomodarte en mi cama, eras libre de fumar sobre la ventana y utilizar mi mesa de noche para poner tus vasos, vasos que siempre tenían cerveza o vodka porque no te gustaba nada más.
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